domingo, 26 de septiembre de 2010

El pez zombi de la habitación de mi hermana


El sueño empieza conmigo huyendo de una horda de zombis hasta que llego a una ‘Sala segura’. Sé que es segura, no sé cómo. Es prácticamente cúbica, con una única puerta (por la que he entrado), enfrente de mí, a la derecha en una de las paredes, parecida a la de un submarino antiguo. Sé que es estanca; sobre ella hay un ventanuco rectangular.
Al otro lado de la puerta hay agua, con algún pez y una mano que nada y golpea la puerta. Viene a por mí. Es una mano zombi, aunque parece suave y bonita. Asomo la mía por el ventanuco y se vuelve loca intentando alcanzarla. Con cuidado de que no me arañe, la cojo y la tiro dentro de la Sala segura. Empieza a perseguirme, pero la piso y destrozo: un pingüino y una persona que –ya despierto– no recuerdo, que están conmigo, me felicitan.

No sé cómo, porque es muy estrecho, salgo por el ventanuco a la otra sala, me agarro a una plancha de madera encastrada en la pared de la puerta, por encima del nivel del agua, y camino por ella.
Se abre un camino a izquierda y otro a derecha: sé que tengo que ir a la derecha, aunque detrás de mí esté la salida del infierno. La red de planchas de madera parece rodear un estanque en el que también hay peces, pero éstos son peces zombis y sé que caer en el estanque sería mi perdición.

Voy seguro por las planchas hasta que llego al final del camino: es la habitación de Beatriz desde la cama hasta la puerta, tres o cuatro veces más grande de lo normal, quizá más. Mi objetivo, “Casa” (como si fuera el lugar seguro del pilla pilla), es el hueco que queda detrás de la puerta. Pero la habitación está inundada hasta la altura de las planchas de madera por las que camino.
Hay un pez feo, muy feo, humanizado, en el agua, esperándome. Es naranja, tiene los ojos humanos pero bulbosos, inyectados en sangre; la boca es también humana, dentuda, cada diente por su sitio. Tiene una expresión de cansado odio, cruel.

Sé que tiene más ‘nivel’ que yo, que no será un enemigo fácil, pero lo venzo –no recuerdo cómo, pero es seguro que fue en la superficie. Al acabar con él, la habitación de mi hermana está seca (no es que la hayan vaciado, es que no parece haber estado llena de agua hasta la mitad nunca).

Desde el otro lado de la cama, una chica me lanza una flecha y salto a parapetarme tras mi lado de la cama. Sé su nombre completo, es de los Borgia –el nombre no lo recuerdo, pero empieza por ‘L’, lo sé por un bordado bajo la solapa izquierda de la chaqueta, quizá fuera Lucía–, es mi enemiga. Grito a alguien que está en “Casa” que me ayude; –quien fuera– asoma la cabeza y acaba con ella y con otros tres Borgia. Lo sé porque, en lugar de seguir viendo lo que hasta ahora, sólo veo una especie de pantalla de ordenador viejo con letras blancas sobre fondo negro en el que se muestra ese texto.
La imagen acaba y sé que estoy seguro, por lo que, sin más peligro, llego a “Casa” para comprar ítems y víveres. Me giro hacia la salida (al otro lado de la habitación, más allá de las planchas de madera), veo la calle…

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