domingo, 10 de octubre de 2010

NORMAS CÍVICAS I

Todos hemos sentido alguna vez ganas de fastidiar al prógimo, pero eso sí, tenemos siempre motivos. Personalmente prefiero aquellos momentos en los que hacemos un bien a la sociedad.
Por ejemplo, llegas al autobús y te sientas al lado de una mujer con aires "marujas" que va en el sitio que da a la ventana, tú en el del pasillo. Cuando entras en el intercambiador donde el autobús finaliza la linea, la mujer, empieza a moverse disimuladamente a modo de levantarse cuando aún quedan por lo menos un par de minutos hasta que se abran las puertas. Poco después, y viendo que tú ignoras sus movimientos, decide recoger sus pertenencias y mirarte fijamente llena de indignación porque piensa que no la vas a dejar salir y se va a ir a cocheras. Éste es el mejor momento para seguir ignorando y ponerte a buscar algo en el bolso, algo que te puede demorar, piensa ella, muchos minutos. Recordemos que el autobús ni siquiera se ha detenido, pero nuestra acompañante esta hipernerviosa, ya que aunque regresa de trabajar no soporta ser la última en bajar. Prefiere empujar a diestro y siniestro para quedarse en pie, aunque aún no hayamos parado y del frenazo echar para alante toda la fila. Pero hoy no va a poder hacerlo, sino que la va a tocar esperar a que a tí, como abanderado de la norma, veas que se abran las puerta y decidas levantarte.
Presa del pánico total, nuestro sujeto en cuestión se levanta, se gira hacia a ti, pone una mano en el aiento delantero y comienza con los leves puntapies. La miras, pero no es capaz de decirte lo que quiere, y es que en nuestra ciudad no se lleva lo de pedir permiso.
Para tí mismo piensas: bueno, ya esta bien, serán cosas de la edad; y finalmente cuando nos detenemos, te levantas y dejas tu asiento libre permitiéndola el paso.
Un momento más tarde, todos descendemos, sin aglomeraciones y nos distribuimos por el vestíbulo.

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